viernes, 4 de marzo de 2011

Pobre vida

La vida se le hacía cada vez más difícil. Las bocas hambrientas de sus hijos y la imposibilidad de conseguir un ingreso como para paliar los duros momentos de marginalidad, lo empujaron al deseo incontenible de poderles brindar lo mínimo y necesario para vivir.
Calles angostas en el poblado que sobrevivía en la diversidad de colores existentes en los muros de las casitas.
Los pensamientos positivos hacían que no sintiera el sufrir. Quería hacer realidad el sueño americano.
La angustia de su madre no logró que desistiera de emprender aquellos áridos senderos. Comenzó en el pequeño poblado para luego atravesar tres fronteras y un sin fin de obstáculos que ya conocía; pero el deseo de emigrar superaba los endemoniados caminos.
 Cuando el hambre aprisiona las entrañas, cuando la mente se turba por tanta escasez, cuando el llanto de sus hijos pregona por pan; es entonces cuando siente que una fuerza lo empuja y quiere volar en busca de un destino mejor. Lo esperan los campos minados, vastas extensiones de tierra rodeadas por púas, miras telescópicas y eternos camposantos sin cruces.
Lo despojan de las pertenencias y siente la humillación en la piel. Decepción transformada en lágrimas que corren por las mejillas, pues el deseo de llegar se torna un imposible.
Es un indocumentado y al carecer de reales, sólo los pies podrán salvarlo de ese torbellino fogoso que persigue a su alma.
... Y recuerda a su madre, y corre.
... Y recuerda a sus hijos, y corre.
En esos momentos se apodera de él una enorme sensación de libertad próxima, un ímpetu desmesurado que su corazón no comprende, una bala certera que le alcanza los pasos y su cuerpo, desangrándose, se trepa desafiante al tren de la muerte.