Si en cada amanecer
siento tu presencia
y fuertemente me abrazas.
Si en las noches,
dando vueltas entre mis sábanas me acaricias...
Si en cada sonrisa te recuerdo,
si en cada sonrisa te evoco,
si a cada paso me envuelves
y si no estás, me siento extraña;
no sé por qué te maldigo,
no sé por qué no te acepto.
Si siempre estás a mi lado,
si siempre vigilas mis actos.
Hoy digo ¡Ya basta!
A todos los sueños
que rondan mi cabeza,
a las ideas locas
que surgen sin sentido,
a la inútil esperanza
que alimenta mis latidos.
Hoy puedo sentir
cómo entras en mi alma,
hoy pienso que eres
la única que me acompaña.
¡Hoy te acepto!
Soledad.
Como ese barco navega por el mar iluminado por los rayos así, nuestro corazón atraviesa la vida inquieto por el eco de nuestras palabras. La brisa acaricia la nave la trasporta y se mecen... acariciándose al compás del oleaje profundo. Nadie sabe, hasta dónde llegará. Nadie sabe, qué destino tendrá. Sólo tú y yo, podemos entender y disfrutamos al observar.
Me despierto. Casi en un estado de somnolienta inconciencia mis ojos aún no logran despabilar la mañana. Siento en mi cuerpo vestigios de una noche, en que las horas deberían haber reparado el cansancio para emprender otra jornada, pero no fue así.
Comienzo a pensar en los motivos que hacen mis noches sin descanso y de algún lugar remoto afloran recuerdos que creía olvidados.
Antes soñaba, soñaba cosas inimaginables, sucesos que sólo pueden ocurrir en ese mundo de ilusiones;y los vivía a pleno, con la seguridad y la magnificencia que sólo ellos dan.
Soñaba elevarse mi cuerpo como si fuera una sutil hoja de papel y sintiéndome succionada por el espacio comenzaba un viaje, mientras podía divisarme sobrevolando la ciudad, esquivando cables de luz, árboles y edificios a gran velocidad,la adrenalina corría por mis venas; luego llegabaa un gran campo verde y allí mi vuelo se tornaba mucho más placentero y descansado, podía experimentar la brisa suave como caricia, oler los frutos del campo y la hierba, sentir dentro de mi corazón una paz inconmensurable.
Caigo en la cuenta que no recuerdo haber soñado en los últimos años. Empiezo a pensar entonces,que la relación con el cansancio puede darse por ese motivo.
¿Por qué se deja de soñar?
No encuentro respuestas.
¿Por qué se pierde la capacidad de soñar despierto?
No lo sé, pero qué lindo era cuando podía encontrar a flor de piel mis fantasías y mantenerme con ellas por momentos, tal vez escapando de algún viaje incómodo en algún apretado colectivo.
Recuerdo entonces cuando la abuela me contaba esos cuentos que inventabao cuando aprendí a leer y comencé a descubrir el mundo subyacente que de un libro se desprende;entiendo que la literatura tiene mucho que ver con los sueños. Si bien entretiene, tambiénmotiva; despierta en el alma las emociones.
Sin encontrar muchas respuestas, decido abandonar mis pensamientos y refugiarme en un libro. Desprendo al azar uno, de la amontonada hilera que duerme en un estante. Me ubico en un lugar cómodo y abro sus páginas.Hay un señalador que se asoma entre las páginas, lo busco para ver qué es lo que indica. No puedo descubrir qué señala porque me quedo pasmada mirándolo, tiene la imagen de un ave que vuela alto en un cielo azul y una frase que dice: “Nunca dejes de soñar”.
Llueve. El agua emana mágicamente simulando cascada, pero en vez de brotar desde el centro de la tierra, surge del infinito espacio. ¿Quién la enviará?
El misticismo envuelve a la tarde y la nostalgia, espíritu incansable, se escabulle como vapor que penetra los poros y se torna actitud.
La brisa envuelve las formas que encuentra a su paso y la sacude levemente, como para mantenerlas despiertas.
El aire húmedo ingresa en forma lenta y prolongada provocando un suspiro. Habiendo declarado la vida en soledad, la mente busca anclajes para dibujar los recuerdos.
Las huellas son necesarias para que se conozca por dónde hemos transitado, con qué sonidos nos hemos deleitado y hasta qué profundidades hemos llegado.
El lento caminar produce cierto disfrute a cada paso. Sin volver la mirada puede saberse que en cada avanzar se marcó el camino. Volviendo la mirada, observamos que, como estela emanada de la fragante rosa, vamos despertando al mundo de las sensaciones.
Las gotas cristalinas caen unas sobres otras. Algunas rebotan en las hojas y vuelven a partir en diferentes direcciones, pero luego tienden a juntarse nuevamente.
El acto repetitivo incita a pensar: una gota junto a otra gota y otra más, se transforman en un hilo de agua, que se une a otros hilos formando un torrente, que junto a otros torrentes desembocan en el río, que junto a otros ríos van a volcarse al mar.
Así duerme el genio, esperando la gota, que se una a otra gota y lo haga despertar.
La casa de los abuelos paternos, una especie de magnífico edificio, no en el sentido materialista sino en la más estricta mirada sentimental.
Misiones 622, en esta bella ciudad, Paraná.
Dos paraísos bordeando la vereda de ingreso, una verja y tres o cuatro escalones que permitían el ingreso a la morada.
La puerta de ingreso siempre sin llaves, sin trabas que alejaran a quienes desearan acercarse.
En el fondo, el limonero, el malvón, la cola de zorro y el horno de barro
Los moradores, una típica familia de aquellos años...
Un hombre de porte delgado, escasos cabellos, la piel muy blanca y los ojos celestes y cristalinos como el agua fresca; una mujer de espaldas anchas, cabellos negros, ojos negros profundos y la mirada mas serena que recuerde
El abuelo y la abuela... que luego de una vida de esfuerzos habían conseguido ir levantando ladrillo a ladrillo aquel espacio donde habían criado sus cinco hijos y albergado a quien sabe cuántos inquilinos en sus habitaciones.
Ya no quedaban vestigios de aquel almacén al que acudía todo el barrio en procura de su pan casero con chicharrón; ni de la “Estanciera” que durmió en el mismo sitio luego que el almacén se transformó en garage.
Ahora los hijos varones casados y los nietos, venían de visita. Y las fiestas... momentos mágicos donde la gran familia se reunía en largas mesas con manteles floridos, repletos de limones a los que llenaban de escarbadientes y simulaban erizos listos a devorar todo lo que allí se servía.
Todos hablaban a los gritos en esos espacios tan grandes y los primos que sólo nos reuníamos para esas ocasiones, jugábamos a las escondidas y ¡sí que había lugares para hacerlo!, o corríamos jugando a la cachada entre los adultos atropellándolos y ligando mas de un coscorrón o recorriendo todos los lugares de la casa pues todas las habitaciones tenían puertas que se comunicaban y todo se trasformaba en un gigantesco laberinto.
¿El lugar más preciado? Un extraño recoveco que se hallaba en un rincón del garage y se formaba por la parte inferior de una escalera. Allí todo era muy oscuro y tétrico, el abuelo guardaba sus herramientas y también sus salames, motivo por el cual no dejaba que nos acercáramos.
Mientras todo esto ocurría, la abuela con sus ágiles manos, preparaba sus empanadas y pastelones espolvoreados con azúcar, mientras el abuelo hacía su mejor carne al horno con batatas para agasajar a esta familia que ambos habían logrado.
Las mujeres preparaban las ensaladas y los hombres se reunían junto a la mesa a ejecutar el incansable repertorio de chistes que fiesta a fiesta, sin cambiar siquiera una palabra, repetían como loros. Claro, los chicos no entendíamos mucho de eso pero igualmente imitábamos la sonrisa de todos.
Las mesas vacías no daban a basto a la hora del almuerzo y la algarabía brotaba como emanación de aquel momento de encuentro. Y ni decir si algún vaso era derramado y la abuela con su mano empapaba las frentes de quienes tenía a su alcance diciendo “alegría, alegría” y la verdad, aunque era un momento muy ameno, a mí no me daba alegría si embriagaban mi flequillo con vino.
Las sobremesas eran interminables y los gurises nos íbamos con las tías que siempre nos cantaban con su guitarra o bien buscábamos algún lugar donde descansar la modorra que da la comida...
No sé bien si eran días enteros o sólo horas las que allí pasábamos, sólo recuerdo que eran momentos muy felices.
Y la vida..., que sigue..., que no espera...; la vida se fue llevando de a uno a los abuelos y la casa se fue quedando vacía, y todo lo que en ella había se fue apagando como la vida de estos hermosos viejos que la construyeron...
Los años pasaron, crecimos, ocupamos la mentes en otras cosas, nos llenamos de otras preocupaciones; y la casa..., la casa cambió de dueños y fue remodelada.
Aún hoy paso por el frente, la miro y aunque no es la misma fachada, casi puedo verme como rodeada de una nube, sentada en su portal jugando a la “payana”.
Cambió su color en las paredes del frente, sus puertas y ventanas, sus plantas del jardín. Tal vez adentro haya cambiado por completo...
Pero hay algo que nunca cambiará. No cambiarán las imágenes que llevo en mi recuerdo, ni el aroma que emanaba su cocina, ni los gritos de niños correteando, ni la sensación de frescura en las siestas de verano, ni la imagen del abuelo, tan elegante llevando a su dama en brazos al compás de un vals.
Y estoy completamente segura que cualquier espíritu sensible, que logre ingresar en ella, podrá sentir lo que emana de sus pareces y cimientos; podrá experimentar, aunque sea por un breve segundo, esa sensación de felicidad a la que hago referencia en estas pocas palabras.
que ilumine tu andar déjame ser el hombro donde puedas llorar Déjame ser... la mano que te acaricie la suave piel que te cobije la fuerza que empuja a tu alma la calma que te serene el fuergo que de calor el agua que calme tu sed. Déjame ser... el sol que te hace despertar cada mañana
la esperanza que te mantiene en el camino
el sentido de tu vida
la senda de tu destino.
Déjame ser... el mar donde puedas navegar el puerto donde puedas anclar las estrellas que alumbran tus noches la luna a la que puedas adorar el aire que necesitas respirar el alimento que te pueda saciar. Déjame ser... la huella que marcan tus pasos las palabras que pregonan tus labios el sudor que corre por tu cuerpo los suspiros que irradia tu alma la sonrisa que emiten tus ojos
el amor dentro de tu corazón.
Déjame ser todo
lo que te haga inmensamente feliz y tú serás... lo mismo para mí.
De "Letras Vivas 2005"- Paraná, Diciembre de 2005-
Fui ganas desesperantes de un no poder ser.
Acaso, había que padecer la angustia de años de intentos, en los que dos cuerpos y dos almas luchaban por merecer el deseo insustituíble de ser padre y madre.
Llena de suturas, hormonas y experimentos, logré emerger de ese mundo de ensueños que me apresaba.
Comencé a formar un cuerpo, en el que latido a latido, se gestaban nuevas formas con ansias de nacer.
Así, con un llanto inagotable en un frío amanecer, abrí los ojos y llegué a puerto en tierra firme.
Junté experiencias, como ir atravesando un campo tentador, repleto de flores; donde los perfumes me engrandecían y a la vez me daban fuerzas.
A mi paso, pude ver crecer los limoneros más perfectos con grandes frutos lustrosos.
Pude contar estrellas hasta el infinito y paladear los dulces más simples, que por su simpleza se tornaban pródigos.
Entre mariposas y uvas maduras, escuché historias maravillosas que me invitaban a ingresar a ese otro mundo del que nunca quise escapar.
Hubo tormentas que balancearon mis cimientos haciendo temblar mis paredes y hasta derribar algunos techos. Tuve que fabricarlos nuevamente; pero esta acción me permitió construírlos más robustos en amor.
Un día, me sorprendió la vida gestando nuevas vidas; pulsando muy adentrohermosas melodías de sollozos suaves, gateos y pequeños pasos.
Vidas plenas generan plena vida: dando energías para enfrentar esos aires que pululan por el mundo y buscan aturdirnos.
Me atrapó la noche, nuevamente contando estrellas, pero esta vez estaba sola; aunque escoltada por un séquito de duendes que despabilaban mis sentimientos.
Las mortajas rondaban entre las sombras del jardín, pretenciosas. No pudieron embaucarme. Al menos aún no.